domingo, 29 de mayo de 2016

Basilio Pujante: Verano del 99

En el verano de 1999 no perdí la virginidad. Aquel verano no viví noches inolvidables que acababan con un baño al amanecer en una playa desierta. No recorrí Europa con una mochila y cuatro duros en el bolsillo, ni viajé a Dublín para aprender inglés durante el mes de julio. Fue un verano sin un amor juvenil de besos en los atardeceres y helados compartidos con la inocencia del que no conoce la palabra septiembre. Tampoco me embarqué en un catamarán que recorrió las Baleares vestido de blanco. En el verano de 1999 no leí La montaña mágica, ni Siddharta, ni siquiera 2666. No hubo durante aquellos días una canción que hoy me traiga recuerdos de porros compartidos la la orilla del mar, ni conciertos memorables con las camisetas regadas de sudor. Fue un estío sin éxitos deportivos nacionales, sin catástrofes mundiales ni muertes en la familia. No hubo durante aquellos dos meses hechos que forjarán una amistad inquebrantable que habría  de trascender el paso del tiempo y la dilatación de la distancia.
Verano tranquilo. 1999. Penúltimo (o quizás el último) verano del siglo. Sin eclipses, ni lluvias torrenciales. El mejor verano de mi vida.



Basilio Pujante
en Recetas para astronautas.
Editorial Balduque.

martes, 24 de mayo de 2016

Antonio Cabrera: Instante del canto rodado (Alto Tajo)

DESTACABA entre muchos. Me acerqué.
Un guijarro cilíndrico y ferruginoso.
Pensé en las consabidas coincidencias,
en los años, los siglos, los milenios
que se necesitaron para darle
la cualidad aquella, la pátina oxidada
que me hizo descubrirlo.
Y pensé en la madeja
que habría estado devanando yo:
qué senda en garabato,
qué inconscientes distancias
se habrían ido tejiendo
hasta ponerme en su proximidad.
Sobre mi mano, solo, recibía
toda la luz de la mañana hincada
en la orilla del río.
De sus imperfecciones derivé
cristales inconclusos. De sus grietas,
excusas geológicas. Era una esquirla más
del Todo, pero daba a esa totalidad
un papel secundario.
                                   Se exhibió tan concreto
que me obligó a eludir cualquier insinuación
de existencia sumada.
Se reunía en sí sobre mi palma,
en pedestal, severo. Su color
-una herrumbre muy bella, ya inmutable-
lo mantuvo cerrado a la tensión
del agua fragorosa y de los farallones,
como si no constasen.
El rumor de los pinos se desleía en torno.
Mi mano no era nada. Yo fui nadie.




Antonio Cabrera
en Corteza de abedul.
Tusquets. Nuevos textos sagrados.

martes, 10 de mayo de 2016

Vicente Gallego: Canto XXVII

Ha llegado el invierno
a la casa del monte, y ha venido
apretado en la piña
de mi última niñez, la gratitud.

Me miraba en el fuego, vi pagadas
mis deudas, no encontré
tampoco a mis deudores, cuando allí,
junto a la chimenea, entre una sombra
y una lengua de llama,
se me dio todo junto a manos llenas.

Aquello -yo no sé
llamarlo sino aquello solamente-
estaba tan ardiendo con el fuego,
tan abrazado al fin
de todos los finales, que empezó
a no tener principio ya la noche.

¿Quién miraba a los ojos
a quién en ese pozo de ser uno
mi corazón, la vida?

Y no quise saber, pero era cierto:
entró la casa en luna, algo temblaba.



Vicente Gallego
en Ser el canto.
Colección Visor de Poesía.

domingo, 8 de mayo de 2016

Antonio Rodríguez Jiménez: Dos poemas

AVES MIGRATORIAS

Ya regresan las aves migratorias.
Vuelven de los helados humedales del norte,
de las estepas rusas.
Pero ellas poco saben
de la estela irisada de los barcos
que blanden la amenaza.
No encontraron inhóspitas las tierras
cercadas por la muerte.
Llegan a esta península intermedia
entre África y Europa
y no verán tampoco las señales
de la degradación. Tan solo siguen
las líneas de la costa,
la masa informe de las cordilleras.
Ellas son libertad y cuando ceden
al fin ante el cansancio
nada se altera; no es de nada símbolo
su cuerpo en la caída
hacia lo mineral, con la pureza
de toda finitud.


El NADADOR

Soy como el nadador que empieza a hundirse
y aún puede ver la luz, la luz en torno
penetrando las aguas que se cierran.
¿Y para qué este aire?
¿Para un último grito imposible?
Inalcanzable luz, palabra muda,
palabra ahogada, muerta en el silencio.

La gravedad lo arrastra lentamente
hacia el fondo vacío, hasta la página
en blanco; y se sumerge
para siempre vencido, para siempre
incompleto, despacio, muy despacio,
como si no estuviera tan lejos de alcanzarla:
la claridad al fin, la transparencia.



Antonio Rodríguez Jiménez
en Los signos del derrumbe.
Poesía Hiperión.