lunes, 15 de octubre de 2018

Sharon Olds: Un dolor que yo no

Cuando mi marido me dejó, hubo un dolor que yo no
sentí, el dolor que siente quien pierde a aquel
a quien ama. No me empujaron
contra la rejilla de una vida oral,
sólo contra la verja, lentamente cerrada,
de la preferencia. A veces los envidiaba
-por lo que yo veía como el sufrimiento honorable
de alguien que ha sido arrojado contra la reja
de hierro. Creo que él llegó, en privado, a
sentir que estaba muriendo, conmigo, y que si
tenía lo que hacía falta para arrancarlo todo con sus
dientes y escapar, entonces podría nacer. Así que él se fue
a otro mundo -este
mundo, donde yo no lo veo ni lo oigo-
y mi tarea es comerme entero el coche
de mi ira, parte a parte, algunas partes
reducidas a polvo de acero. Lo que más me gusta
son los asientos de tela, azul-gris, el primer
coche que compramos juntos, desde hace tiempo
marcado con manchas refregadas -babas,
Lágrimas, helado, ninguna herida, sólo
La mensual sangre del alivio, y el dejarse
ir cuando las aguas rompían.


Sharon Olds
En El salto del ciervo
Versión castellana de Joan Margarita Consarnau y Eduard Lezcano Margarita
Ediciones Igitur.

miércoles, 3 de octubre de 2018

Ocean Vuong: Eurídice

Se parece más al sonido
           de una cierva
cuando la punta de la clecha
           reemplaza el día
con una respuesta
          al zumbido hueco
de las costillas. Lo vimos venir
          pero seguimos atravesando el agujero
en el jardín. Porque las hojas
         eran verde p uro y el fuego
tan sólo una pincelada rosa
         en la distancia. No se trata
de la luz, sino de cuánto
         te oscurece dependiendo
de dónde te sitúas.
         Dependiendo de dóno te sitúas
tu nombre puede sonar ocmo una luna llena
         desmenuzada sobre la piel de una cierva muerta.
Tu nombre cambió al ser tocado
          por la gravedad. La gravedad, rompiendo
nuestras rótulas sólo para mostrarnos
         el cielo. Por qué
seguimos dicendo ,
         incluso con todos esos pájaros.
¿Quién nos creería
         ahora? Mi voz se rompe
como huesos en las bocinas.
         Qué tonto. Pensé que el amor era real
y el cuerpo imaginario.
         Pensé que un solo acorde
era suficiente. Pero aquí estamos,
         parados en el campo frío
de nuevo. Él llmamando a la chica.
        La chica a su lado.
Briznas de hierba congelada se quiebran
        bajo sus pezuñas.


Ocean Vuong
en Cielo nocturno con heridas de fuego.
Vaso Roto Poesía.
Traducción de Elisa Díaz Castelo