"En París, el sexo está en el aire"
HENRY MILLER
"Uno debe vivir apartado de todo, olvidando", dijo Lawrence. Lo intentó y fracasó. Uno no puede vivir apartado, ni puede olvidar".
HENRY MILLER
A Álvaro Salvador y Pepa Mello
QUERIDO Henry Miller: algunos de sus libros
llegaron a Granada tarde y mal,
deslucidos, con páginas en blanco,
y esta vez no pudimos culpar a la censura:
la chapuza venía del otro lado del Atlántico.
El caso es que llegaron, aunque fuese
a las trastiendas de las librerías,
y luego los compraron en la Universidad,
para mayor escándalo de las bibliotecarias:
Sexus, Nexus, Plexus...,
tanto latín para acabar en esto,
se lamentaban.
Usted contribuyó, sin duda,
al mito de las zonas decadentes
en el París de los años treinta;
Cliché, Ménilmontant,
Faubourg Montmartre, Rue Fontaine,
Rue Pigalle. Hablaban sus novelas
del bullicio en las calles,
de parques, de mercados y cafés
llenos de gente,
de las aceras de los bulevares
donde las putas se exhibían
con naturalidad.
En París, el sexo está en el aire...
En Granada también, pero de otra manera.
Recuerdo una pintada que decía:
en esta ciudad,
follar no es un pecado, es un milagro.
La casa era una isla en aquel laberinto
de calles sinuosas y plazas escondidas:
Calderería,
Cruz de Quirós,
San Miguel Bajo.
Al pasear por ellas,
tocábamos las ramas de los árboles
por encima de muros desconchados,
y en invierno, el agua de la lluvia
bajaba por las cuestas a raudales
como un río de sombras
anegando los huertos, los derribos,
en el silencio de la noche gélida.
Tuvo siempre aquel barrio un aire de misterio
que a usted, probablemente, le hubiera seducido:
al fin y al cabo, el sur es un invento de otros.
Por entonces,
a falta de mejores incentivos,
nos bebíamos todo:
el aguardiente,
el tinto peleón de las tabernas
junto al Arco de Elvira,
reservado el derecho de admisión,
se prohibe el cante.
por no hablar de las mezclas incendiarias:
vermut co nmenta,
coñac con coca-cola, por ejemplo.
Algunos se bebían incluso la colonia
-Varón Dandy, por más señas.
Eso alucina, y mucho,
ya me dirá usted.
Se puede ver el Trópico de Cáncer,
el de Capricornio,
el Ecuadro y las antípodas,
si me apuran.
No eran tiempos tranquilos, sin embargo.
Acaso la memoria me traicione
al evocar la calma ambigua y lenta
de aquellos días:
los años que han pasado ya confunden
la falta de experiencia con los sueños,
las horas de ansiedad y las sublimaciones.
Volviendo a sus novelas, era muy sorprendente
con qué facilidad y qué soltura
montaba usted una orgía. Lo nuestro era más bien
escuela de trabajos manuales:
daban poco de sí los encuentros furtivos
y de los burdeles, mejor no hablar.
Después, mucho después,
entendí la desolación de los poemas
que entonces escribía,
la confusa insistencia en el lamento
y la mala costumbre de enredar
el sexo con la metafísica.
Sexo y muerte: me doy cuenta
de que los uno con bastante frecuencia,
dijo usted.
No voy a corregirle, a estas alturas.
Una extraña deriva
nos lleva a defender en otros cuerpos
esa llama fugaz que sobrevive
al viento de los años,
pero también sabemos que la muerte acecha
con su desgaste lento, inevitable:
me basta recordar aquellas casas,
los patios en penumbra,
las abombadas vigas de madera,
las grietas en la cal de las paredes.
Ahora, en la distancia,
surge otra vez el personaje
que hablaba en sus relatos.
Tenía el atractivo de los símbolos:
el vagabundo insomne,
el solitario buscador de oro.
Pero al final me quedo
con sus palabras sobre Lawrence:
no se puede vivir aislado,
ni se puede olvidar.
Antonio Jiménez Millán
en
Ciudades (Antología 1980-2015)
Renacimiento.