Pedro Cano
PRELUDIO
Si algo te asombra, entra. No declines
estar
en eso que deseas.
No lo mires. Contempla. Date a ello.
Ten por seguro
que habrá estado esperándote
antes de que llegaras.
Si el bosque te respira,
abre el pulmón. Sé árbol.
Si la piedra entorpece tu camino,
entonces cógela,
hazte piedra en tu mano
y prolonga tu cuerpo en la distancia
cuando la arrojes.
Si es la isla que te observa desde lejos,
piénsate en ella;
incluso el agua cambia
todos sus átomos
llegada al barro que limita
la orilla.
Si es la llama
que vertebra la bóveda del aire,
crece en el fuego. Cumple sus designios.
Si el animal se asusta.
entra en su miedo. Dale paz. No vayas
tras él.
Y si es la luz
que unta de otoños este mirador
desde el que observas,
déjala cruzar
tu cuerpo
y que en él se ilumine con justifica.
PÁJARO NOCTURNO
Ronda la luz el pájaro nocturno,
abreva en la simiente de la tarde
y canta:
compone sombras.
El aire encuentra su perfil de rama.
La música del árbol
encuende el nido oculto de luciérnagas
que baten fuerte
sus alas,
como brasas de hoguera sobre un fondo
de terciopelo negro.
Entiendo aquí la evolución del día
en su antigua costumbre
de asolar los paisajes
y enlutar su inocencia contemplada.
Pienso en la vida en el calor del párpado.
Afuera humea el ascua de la noche:
las cenizas del pájaro cantor.
Rubén Martín
en
El mirador de piedra.
Editorial Visor.