miércoles, 30 de noviembre de 2011

Olvido García valdés


ganar un día cada día, llegar
a la noche y respirar, con cada movimiento
ir haciendo, del ritmo de la respiración,
aliento para llegar
al día.
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El invierno asedia a la doncella
HESIODO


como sombra entre sombras
llega la cuadrilla
de lengua múltiple y hablar
balbuceante; de andamios rodeada
la casa, ventanas encendidas y monos
azules a la luz; una leve
inclinación de cabeza corresponde
al saludo, de tan lejos y juntos
en la oscuridad vienen;
. .......................................salimos
cuando llegan, vacía la casa y en ella ellos
laborando la cáscara, cáscaras
de otro adentro.

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a Vicente Rojo

Es ahora marzo y es árbol el códice
enterrado, subterránea raíz de luz,
savia de cobre para los verdes aéreos.
Alma es el ojo concentrado, densa noche
oleosa, cabo de aceite el corazón.
(¿Y las chispas de lo ligero, de lo leve
y el jubilo?) El tesoro esta ahí (llamaradas
de lluvia, ensancharle cabida a la reiteración),
el consuelo del ojo, lienzo verónica de lo casi
invisible, caricia de justeza o de piedad
dulcifican de nocturnos humores. Bálsamo
la tibieza, el frescor de las mañanas
ahora que es marzo y blanco y
florecido el principio de mundo.
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A Silvia Tubert


Parece que habla sola, camina
Deprisa, aún es de noche, casi nadie
Circula por la calle, giro con el coche
a la derecha. Súbito viene el sueño:
era una niña –dijo- y el piano un regalo
de mi madre; no este piano hermoso, sino
una caja pequeña, ni siquiera pulida,
madera sin desbastar. De ella vino, sí,
de ella era la música.
________________La madre dona la
hermosura. Quizá no son cosas éstas
para hablar. Como mis gafas fallidas. Se ha vuelto
a levantar el tratamiento –admitieron-, película
craquelada. Son mis ojos. Indiferente
calle que atardece, boca de metro,
autobuses llegando a su parada en la placita
lateral. No para hablar. Hermosura
que nunca alcanzaremos. Es la madre
quien dona la cajita, la muerte dona, pureza
de un espacio aterido.
_________________Quisiera pintar el trino
del jilguero en el ciprés cuando amanece –enunció
como un sueño-. No oye bien
quien pinta y escucha: pinta, escucha.
Hacer música,
pulir la caja de madera. La burbuja
del don: ir hasta aquella hermosura sin ahogarse.

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¿Como se desprendió la mariposa?
¿Con que facilidad fue traspasada
la membrana que une huerto y cocina, en
vuelo de ávida, desplazamiento
de los humores y férreo querer
de los ojos? Zanahoria, berenjena
para la volátil, clavel rojo,
un broche de cristal
que dé impulso y no cierre
ansia de vuelo. Cabellos de ceniza
ardan en el fulgor.

Al lugar de praderas
y bosque de álamos negros. Incuba
en tu gruta el sueño y envíalo, deslízalo
fuera con algún animal
para que nos acompañe.


Olvido García Valdés
En Y todos estábamos vivos,
Recogido en Esa polilla que delante de mí revolotea. Poesía reunida (1982-2008).
Galaxia Gutenberg/ Círculo de Lectores.

martes, 29 de noviembre de 2011

Una cita






Koren Shandmi
en En carne viva.
Ediciones B.

martes, 22 de noviembre de 2011

Suzanne en el paraíso

Robert Capa


Suzanne lleva un abrigo de cuero
Sus piernas están aseguradas por multitud de puentes quemados.
Sus pantorrillas son turgentes como velas de balandro
en una límpida carrera, duras de tanto seguir la música
más allá de los mapas de cualquier público.
Suzanne lleva un abrigo de cuero
porque no es una civil.
jamás camina despreocupadamente ste Catherine abajo
porque con cada paso debe redimir
a las multitudes contrahechas y acecha el campo
de enormes granizos que jamás se derritieron,
hablo del cementerio.
¡Arriba! ¡Erguíos!
Suzanne pasa entre nosotros.
Lleva un abrigo de cuero. No se detiene
a vendar las fracturas entre las que camina.
No debe detenerse, no debe llevar
dinero consigo.
Multitud son los trabajadores de la caridad.
pocos sirven al lirio,
pocos sanan con la bruma.
Suzanne lleva un abrigo de cuero.
Sus pechos añoran el mármol.
El tráfico se detiene: la gente cae
de sus automóviles. Ni uno solo de sus más babosos
pensamientos son lo suficientemente salvajes
para construir la ciudad de cristal llena de hormigas
que ella astillaría con el tono de su peso.

Leonard Cohen
En Parásitos del paraíso.
Visor.
Traducción de Antonio Resines.

jueves, 10 de noviembre de 2011

Armonía


UN avión surca el cielo de la tarde.
Desde la tierra
apenas es un punto en la distancia,
un matiz pasajero cuyo efecto
son dos surcos abiertos entre nubes,
y poco más.
Es destino del Hombre
es una trayectoria indeclinable
por burlar, una y otra vez, los límites
de la naturaleza.
Cuánta hermosura existe en los detalles
que sean nuestros días, y qué pocos
somos los que apreciamos
ese pequeño gesto de la luz
en el abismo.
Ocurre en estos casos
un extraño fenómeno: el ritmo
del tiempo nos lo marca nuestro espíritu,
el cuerpo ya se encarga de otras cosas
-esto es algo distinto-,
no se trata de Física
sino más bien de Química,
de estar en armonía con el cosmos
y con nosotros mismos.
En fin, nada es igual ni se repite:
aquella luz que surca el vivo cielo
no será para siempre.

Rubén Martín
en El minuto interior.
Ediciones Rialp. Premio Adonáis 2009.

viernes, 4 de noviembre de 2011

El principio del fin




Para Padilla recordaba Amalfitano, existía literatura heterosexual, homosexual y bisexual. Las novelas, generalmente, eran heterosexuales. La poesía, en cambio, era absolutamente homosexual. Dentro del inmenso océano de ésta distinguía varias corrientes: maricones, maricas, mariquitas, locas, bujarrones, mariposas, ninfas y filenos. Las dos corrientes mayores, sin embargo, eran la de los maricones y la de los maricas. Walt Witman, por ejemplo, era un poeta maricón. Pablo Neruda, un poeta marica. William Blake era maricón, sin asomo de duda, y Octavio Paz marica. Borges era fileno, es decir de improviso podía ser maricón y de improviso simplemente asexual. Rubén Darío era una loca, de hecho la reina y paradigma de las locas (en nuestra lengua, claro está; en el mundo ancho y ajeno el paradigma seguía siendo Verlaine el Generoso). Una loca, según Padilla, estaba más cerca del manicomio florido y de las alucinaciones en carne viva mientras que los maricones y los maricas vagaban sincopadamente de la Ética a la Estética y viceversa. Cernuda, el querido Cernuda, era un ninfo y en ocasiones de gran amargura un poeta maricón, mientras que Guillén, Aleixandre y Alberti podían ser considerados mariquita, bujarrón y marica respectivamente. Los poetas tipo Blas de Otero eran, por regla general, bujarrones, mientras que los poetas tipo Gil de Biedma eran, salvo el propio Gil de Biedma, mitad ninfas y mitad maricas. La poesía española de los últimos años, exceptuando, si bien con reticencias, al ya nombrado Gil de Biedma y probablemente a Carlos Edmundo de Ory, carecía de poetas maricones hasta la llegada del Gran Maricón Sufriente, el poeta preferido de Padilla, Leopoldo María Panero. Panero, no obstante, había que reconocerlo, tenía unos ramalazos de loca bipolar que lo hacían poco estable, clasificable, fiable. De los compañeros de Panero un caso curioso era Gimferrer, que tenía vocación de marica, imaginación de maricón y gusto de ninfo. El panorama poético, después de todo, era básicamente la lucha (subterránea), el resultado de la pugna entre poetas maricones y poetas maricas por hacerse con la Palabra. Los mariquitas, según Padilla, eran poetas maricones en su sangre que por debilidad o comodidad convivían y acataban –aunque no siempre- los parámetros estéticos y vitales de los maricas. Lo que sucede es que un poeta maricón como Leopardi, por ejemplo, reconstruye de alguna manera a los maricas como Ungaretti, Montale y Quasimodo, el trío de la muerte. De igual modo que Pasolini repinta a la mariquería italiana actual, véase el caso del pobre Sanguinetti (con Pavese no me meto, era una loca triste, ejemplar único de su especie).

Roberto Bolaño
En Los sinsabores del verdadero policía.
Anagrama.