lunes, 16 de abril de 2012

En una desierta orilla de Kathleen Raine

Foto de Elina Broterus

27

Cuando vacíos mares y vientos y distancias
Nos dividían
Aún por volver el rostro
Y decir, por allí yace él.
Sin brújula ahora
Que me diga dónde tras la multitud de estrellas
El paraíso perdido.

57

Silencio de los muertos;
Lo no hablado:
¿Qué quisieras que dijera?
Cuando en la tierra, amor mío, casa compartíamos
¿Eras tú ya este misterio?


69

Ya todo ha cambiado-
El lugar, amor mío, no reconocerías.
Te busco por la casa de las memoria
Pero también allí las habitaciones se desvanecen.

89

 "Hasta que la muerte nos separe", el joven promete:
Día de boda demasiado breve.
La vida nos separó: demasiado larga soledad,
Para los que esperan
Fuera del santuario del amor.


Foto de Toni Frissell

91

¿Parace menos temeroso aquel juicio,
Más miserecordioso el juez,
Si cada uno es de sí mismo
Acusador y acusado,
Y cielo e infierno?

92

Todo parece igual;
Pero la sala familiar
Está en los días que compartimos,
Donde yo, fantasma
Salido de este irreal futuro, merodeo
El presente hace mucho tiempo pasado que fue hogar.


Kathleen Raine
en En una desierta orilla.
Hiperión.

Traducción de Rafael Martínez Nadal.

lunes, 26 de marzo de 2012

Dos poemas de Las siete edades

Foto de García Alix: Paraíso Formentera


AGOSTO


Mi hermana se pintaba las uñas de fucsia,
con un color que tenía nombre de fruta.
Todos los colores tenían nombres de alimentos:
escarchado de café, sorbete de mandarina.
Nos sentábamos en el jardín a esperar que nuestras vidas reanudaran
el ascenso interrumpido por el verano:
triunfos, victorias para las que la escuela
era una suerte de práctica.

Los profesores nos sonreían, mirándonos con
superioridad, al concedernos la distinción.
Y en nuestra cabeza, éramos nosotras las que les
concedíamos una sonrisa de superioridad.

Teníamos la vida almacenada en la cabeza.
Aún no había empezado: ambas estábamos seguras
de que cuando empezara lo sabríamos.
Seguramente no era esto.

Nos sentábamos en el jardín trasero, observando cómo cambiaban nuestros cuerpos:
de un rosa brillante al principio, después bronceados.
Yo me pasaba aceite para bebés sobre las piernas; mi hermana
frotaba quitaesmalte sobre las uñas de su mano izquierda,
probaba otro color.

Leíamos, escuchábamos la radio portátil.
Obviamente la vida no era esto, estar sentadas
en coloridas sillas de jardín.

Nada estaba a la altura de los sueños.
Mi hermana seguía probando para encontrar un color de su gusto:
era verano, todos eran escarchados.
Fucsia, naranja, madreperla.
Alzaba la mano izquierda ante sus ojos,
de un lado a otro la movía.

Por qué era siempre así...
los colores tan intensos en sus envases de vidrio,
tan definidos, y en las uñas
casi exactamente iguales,
una tenue película plateada.

Mi hermana sacudió el envase. El naranja
no dejaba de acumularse ene el fondo; tal vez
ese fuera el problema.
Lo sucedió una y otra vez, lo alzó a la luz,
estudió las palabras de la revista.

El mundo era un detalle, una cosita que aún
no estaba exactamente bien. O como una ocurrencia de último momento,
todavía rudimentaria o aproximada.
Lo real era la idea:
Mi hermana añadió otra capa, acercó el pulgar
al envase del esmalte de uñas.
Seguíamos creyendo que veríamos
disminuir la diferencia, aunque en realidad persistía.
Cuando más tenazmente persistía,
tanto más intensa nuestra convicción.


LA MUSA DE LA FELICIDAD


Las ventanas cerradas, el sol que asoma.
El sonidos de unos pocos pájaros;
el jardín empañado por un ligero vaho de humedad.
U la inseguridad de la gran esperanza
esfumada de repente.
Y el corazón aún alerta.

Y mil pequeñas esperanzas que nacen,
no vuelvas pero sí recién admitidas.
Afecto, comer con amigos.
Y la estructura de ciertas
tareas adultas.

La casa limpia, en silecio.
La basura que ya no es necesario sacar.

Es un reino, no un acto de la imaginación:
y todavía muy temprano,
se abren los capullo blancos de penstemon.

¿Es posible que por fin hayamos pagado
con suficiente amargura?
¿Que no exija sacrificio,
que la angustia y el terror se hayan considerado
suficientes?

Una ardilla corre sobre el cable del teléfono,
con una corteza de pan en la boca.
 Y la estación demora la llegada de la oscuridad.
De manera que parece
parte de un gran don
que ya no hay por qué temer.

El día despliega, pero muy gradualmente, una soledad
que ya no hay por qué temer, cambios
leves, apenas percibidos...
el penstemon que se abrió.
La posibilidad
de seguir viéndolo hasta el fin.

Louis Glück
en Las siete edades.
Editorial Pre-textos.
Traducción de Mirta Rosenberg.



martes, 20 de marzo de 2012

He turned the water into wine

Un mediodía del mes de agosto del año 2002, los escritores más o menos españoles José María Pérez Álvarez y Manuel Vilas pasean por el casco viejo de Santiago de Compostela. Entran en bares y beben Viña Costeira. Vilas se queda absorto mirando a las cigalas y a los percebes y a las langostas y a los centollos y a las nécoras que exhiben en los escaparates de las marisquerías compostelanas. Vilas saluda a las langostas. Pérez Álvarez se queda perplejo ante la actitud de Vilas. Es la primera vez que se encuentran, y no entiende muy bien Pérez Álvarez la fascinación de Vilas ante esos bichos y menos que les hable como si fuesen vacas o caballos o perros o gatos o periquitos. Sin embargo, hay algo en la fascinación de Vilas ante las cigalas y las langostas que le recuerda a su infancia, a la propia infancia de Pérez Álvarez. De repente, Pérez Álvarez es feliz mirando a su nuevo amigo. Piensa que su nuevo amigo esta bastante pirado, y eso le reconforta. Piensa que su nuevo amigo ha debido de salir, casi seguro, de un Seminario, o de una célula de un nuevo partido comunista reunificado. También piensa Pérez Álvarez que es casi seguro que todos los nuevos amigos que le quedan por conocer van a ser así, como Vilas, y eso le inquieta, porque ve en ello un designio. Su nuevo amigo no se entera de nada porque solo tiene ojos para el marisco. ¡Qué maravilla!, grita Vilas. Comamos esos bichos, dice Vilas. No dejemos ni uno. Comámoslo todo. Entran Pérez Álvarez y Vilas en una marisquería compostelana y se piden un arroz con bogavante y vino blanco de Orense. Llevan herramientas en las manos para luchar contra las patas del Bogavante. Vilas come como un revolucionario del siglo xx y sigue hablando con los bichos que se come. A Pérez Álvarez le hace infinitamente feliz ver a un hombre disfrutar así de la comida y mantener largas conversaciones con bichos fantasmagóricos. Y otra vez vuelve Pérez Álvarez a recordar su infancia. Ebrios y felices, hablan del mundo y de la muerte. Hablan del regreso del comunismo, de la Utopia que se cierne sobre el mundo, del mundo convertido en una sola nación, una nación convertida en una botella infinita de Viña Costeira. Están conspirando contra el orden. La literatura que escriben es una conspiración neo-comunista, prosoviética, promusulmana y prehispánica. Hablan de William Faulkner y de Gaspar Melchor de Jovellanos, que también eran neocomunistas. Saben que son dos desesperados , pero saben también que la desesperación es una de las caras del Bien Absoluto, de la Revolución Incesante, quizá la cara mas hispano-soviética. Ahora saben que son amigos. Son dos comunistas de ellos mismos. Son dos grandes comunistas de la literatura española. Su comunismo les matara. A Vilas le cuesta darse cuenta de eso, porque sigue pensando en comer algo más, tal vez una tarta de Santiago. Luego toman licor de café en abundancia.

Dos días después, Pérez Álvarez y Vilas alquilan dos motos y se van desde Santiago de Compostela a las playas de Carnota. Se han comprado también dos camisetas, en donde se lee este lema "I Love Jackson". Aparcan sus motos de alquiler con cuidado, al lado de una iglesia en donde se esta celebrando una boda. E1 novio es negro. La novia es gallega. Vilas y Pérez Álvarez saludan a los novios. Les gustaría repartirles una octavilla en donde se explicase con detenimiento el regreso del Eurocomunismo. Vemos ahora a Pérez Álvarez y a Vilas caminar por la inmensa playa de Carnota. Hace mucho viento. E1 viento es glorioso.

E1 cielo se oscurece. No parece agosto. Parece febrero, parece el fin del mundo. Las olas se agigantan. Empieza a llover. Es el fin del mundo. Tal vez todo este espectáculo de la naturaleza este anunciando el regreso del eurocomunismo, o el regreso de Lenin, o el de Cristo. Mejor el de Cristo, dice Pérez Álvarez, por lo del milagro del vino, añade. Como José María Pérez Álvarez es mas bien menudo, una monstruosa ráfaga de viento lo levanta del suelo y quiere llevárselo hacia las olas salvajes e inhumanas del mar de Carnota, pero entonces Vilas, dando un salto hacia arriba, como si fuese una cabra montesa saltando penas arriba, coge la mano de su amigo con mucha fuerza—cuando ya su amigo estaba a casi dos metros de altura sobre el suelo, a punto de ser un pájaro en mitad de la tormenta del capitalismo universal—y le dice: <>, y hace descender a su amigo de la negrura del aire de arriba y deposita el cuerpo de José María otra vez sobre la arena blanca de la playa de Carnota. Luego Vilas y Pérez Álvarez cenan sardinas asadas en un chiringuito lejos de la playa, pero al lado de un hórreo. Vilas se come las sardinas con las espinas. Entiende que comerse las espinas es un acto político. Pérez Álvarez se queda mirando como su amigo devora peces con espinas e intenta ver la soflama revolucionaria o tal vez literaria que ese acto encierra. A Jose María Pérez Álvarez le gustaría repetir el milagro de la multiplicación de los peces, más que nada para que su amigo saciara su hambre milenaria de una vez por todas. Qué te parece si volvemos otra vez a la playa y andamos un rato sobre las aguas, como hizo Jesucristo, dice, finalmente, José María. 

Mejor con las motos, conduzcamos las motos sobre el agua, dice Vilas.


Manuel Vilas
en España.
DVD Ediciones.

martes, 14 de febrero de 2012

Está en tus manos ser patrocinador de nuestro proyecto


(De nuestras manos a las tuyas en tres preguntas)


¿QUÉ?

Dame tus manos no es necesariamente un libro, pero se concreta en un libro. Se trata de un recorrido emocional por la geografía del cuerpo, en particular por el lenguaje gestual de las manos. Es un libro de fotografías de César Cerón y poemas de Antonio Aguilar. Aquí puedes ver una muestra:




Libro: aproximadamente 64 páginas 20x20 cm. 22 fotos y 22 textos. Prólogos de María Manzanera y Antonio Sánchez-Carrasco.

¿CÓMO?

En la filosofía del proyecto subyace la idea de un trabajo compartido, por eso optamos por la fórmula del micromecenazgo y hemos pensado que Verkami es el lugar idóneo para financiarlo. Puedes colaborar con el proyecto a través de la página del proyecto (http://www.verkami.com/projects/1325-dame-tus-manos)

Hay aportaciones desde 5€ hasta 250 € y cada una de ellas tiene su recompensa. Desde 20 € obtienes el libro. Además puede haber copias fine-art de fotos autografiadas, incluso una cena en Murcia con los autores, que son dos tipos majos. Y, eso sí, siempre nuestro agradecimiento además de aparecer en los créditos del libro.

Pero si quieres colaborar con la compra anticipada del libro y te parece algo farragoso lo del pago en internet también puedes hacerlo poniéndote en contacto con nosotros directamente.

lanuevaresistencia@gmail.com (Antonio Aguilar)

¿CUÁNDO?

Tenemos cuarenta días en Verkami para recaudar el dinero. A eso habrá que sumar el tiempo de la impresión y tendrás el libro en tus manos. Recién hecho.

sábado, 28 de enero de 2012

Louis Glück y las estrellas

Otro tiempo. Foto de María Manzanera.

Death cannot harm me
More than you have harmed me,
My beloved life.


PRISMA

9
Una noche de verano. Fuera,
Ruido de tormenta de verano. Después se abría el cielo.
Las estrellas de verano en la ventana.

Estoy en la cama. Ese hombre y yo
Estamos suspendidos en la extraña paz
Que suele provocar el sexo. Casi siempre.
¿Anhelo, qué es? ¿Deseo, qué es?

Las estrellas del verano en la ventana.
Yo una vez supe sus nombres.

11.

Son fabulosas las estrellas.

Cuando era niña sufría de insomnio.
En las noches de verano, mis padres me dejaban sentarme junto al lago;
Me llevaba al perro para que me hiciese compañía.

¿Dije “sufría”? Ese era el modo en que mis padres explicaban
Gustos a su juicio
Inexplicables: mejor “sufría” que “prefería vivir con el perro”.

Oscuridad. Un silencio que anulaba la condición mortal.
Las barcas amarradas bajaban y subían.
Con la luna llena, podía leer los nombres
De chica pintados en las barcas:
Ruth, Ann, Dulce Izzy, Peggy Amor Mío…

No iban a ninguna parte, aquellas chicas.
No había nada que aprender de ellas.

Extendía mi chaqueta en la arena húmeda,
El perro se acurrucaba junto a mí.
Mis padres no podían ver la vida en mi cabeza.
Cuando escribía, me corregían la ortografía.

Los sonidos del lago. Los tranquilizadores, inhumanos
Sonidos del agua lamiendo el muelle, el perro rastreando por ahí
Entre la hierba.

Louis Glück
En Averno.
Pre-textos
Traducción de Abraham Gragera y Ruth Miguel Franco

martes, 24 de enero de 2012

Dos escenas platerescas mínimamente conectadas



Fotograma de The pillow book de Peter Greenaway.


Querías llenar los muros de toda la ciudad.
Ser escritor no es eso, te dijo alguien (ahora).
Cuando ella apareció viste el cielo abierto
tu corazón abierto, los brazos abiertos
todas las veces que (mínimamente)
creíste conectar con algún dios.
No viste el serrín que arrastraban mis botas.
Entre mis papeles nunca encontraste palabras como:
Al dolor no le busco sustituto que sepa a miel
ni a dulce sacudida de balcón sobre una alfombra.

-El fututo es una abeja empotrada en el viento.
No.
El futuro es una cas vacía, moradores sin rostro
acudirán a su puerta con obsequios idénticos
habitantes de humo y sueños malogrados.
El futuro a la deriva todas las veces roto
por un beso de alquitrán entregado a la muerte
cada vez con la misma fuerza, nadie es capaz de detenerlo.
El futuro afilado y brillante, paciente y frío
abismo de asfalto duro y seco que no se deja sobornar.
El futuro tiene voz de bosque
está lleno de mensajes que obedecen al silencio
no discute con el azar su precisión, su demora, débil armonía.
El futuro entorpece la búsqueda
el recorrido marcado se desvanece al amanecer
como en un salto al vacío.
El futuro no es posible sin profetas
les comió la lengua el gato
ni su silencio será suficiente
cuando llegue la edad de la renuncia.

Renuncio: 6,6% vol. Multiplicado por tres es demasiado
para mis 49 kilos y mis 4,5 litros de sangre, dije.
Te parezco bonita (insistí)
porque bebo cerveza directamente de la botella
mientras con la otra mano sostengo un libro.
Porque hago que fumo
apoyada en la ventana de espaldas a ti.
Porque me muevo como un gato
cuado me miras, cuando no me miras.
Aire y luz y espacio, pedía Henry Miller.
Yo me conformo con un café con leche.
-Buenos días, amor. Mira lo que he visto.
Volver a casa en dos tramos.
No te pares, dijo, porque moverse sostiene.
Un semáforo mal coordinado
acababa conmigo en la Glorieta de Carlos V.
Tú intentabas distraerme con frases poco elaboradas.
Tenemos poca experiencia en milagros,
tenías que haberme dicho.
Pero no te lo explico más. Pregúntale a las piedras por mí.
Pregúntale al grito de Tarzán, a las sirenas de los cargadores.
Porque volver era encender todas las luces e la casa
y no verte.

Todo empezó el 12 de diciembre
por haberme saltado dos paradas.
Llegué a casa con un dedo pegado al timbre y otro
entre las páginas de un libro de Susan Sontag.
Quizá te sentó mal que perdiera las llaves.
Dejar de quererme por eso
me pareció tan desproporcionado que me eché a reír.
Quizá fue mi risa de niña asustada.
El libro sigue sobre la mesa
haciéndose las mismas preguntas que yo (ahora).
Esa noche te llamé dos veces.
Las dos para decir que estaba bien. Me creíste.
Caíamos sin saberlo en un balde de leche cortada.
Caer no era melancolía de hojas ni alud
(de septiembre) en las tripas. Caer: nada al otro lado.

Billy Bragg canta a Woody Guthrie.
Cerveza fría de lata en pleno invierno.
En diez minutos tendré que echarme una manta
o quemar los muebles. Después dirás que no te quise.

Si ésta fuera mi casa dejaría de escribir sobre ti.
Tú no dejarías de fumar
pero cada lunes lo intentarías con la misma sinceridad
que (ahora) el licor hace que pienses que sí
que era posible, que no nos dimos cuenta
antes y después de besarme.
-El café sin azúcar, amor.
Qué lejos el mar, dirás sin ganas.
Qué desmesurado el peso de los domingos sin estufa.
Qué fácil todo aun sin haber bebido.
Parecía irremediable volar (clase turística) hacia Estocolmo.

Se supone que miento. Camuflaje (engranaje) las tardes
que no recuerdo haberte visto fumando en la cocina.
Tú no entiendes que haya momentos
en los que no me importe que sea lluvia
y orines calientes lo que corra por mi cara.
El frío acudía puntual al laberinto de mi oído
cada vez que cerraba los ojos.
No soñaba volver:
Soñaba no usar jerseys de cachemir en agosto
no usar calcetines de pura lana virgen en agosto.
Sandalias para el verano
tirantes y collares de semillas para el verano, amor
huesos de chirimoya taladrados
(mi corazón) sobre un plato.
El anillo que me pusiste la primera noche nunca apareció.
Las hormigas son urracas, dije.
Escribe sobre el verano, amor.
Moscas en mi cabeza, amor, no pájaros.
Moscas y abejas. Sin miedo, amor.
Dibújame, amor (repito), sin miedo (repito)
De un solo trazo. Tinta china mis labios (antes y después).
Escribe tus iniciales en mi espalda con un pincel
como en aquella película de Greenaway
que nunca llegué (ahora) a entender.
Quiero ser tu escena plateresca favorita
aunque tampoco entienda lo que significa.
Quiero ser china. Quiero ser tinta.
Ya lo dijo Ingres: El dibujo es la probidad del arte.
Para cuando me quise acordar de la frase ya te habías marchado
con mi dinero (con las hormigas) y con mi anillo.
Qué me importa ahora que no estás
1ue los insectos sean los besos del sol.
Scriabin estaba tan convencido de ello que decía
1ue su Sonata nº 10 era una sonata de insectos.
Scriabin tampoco pensó en el futuro:
No sabía que moriría con 43 años
por una picadura de mosca carbonosa.

Isabel Bono
en Pan comido.
Bartleby editores.

lunes, 16 de enero de 2012

Una cita con la muerte


Desde el Somme


En otro tiempo cantaba sobre cosas sencillas,
Sobre el amanecer el verano, y el atardecer del verano y su noche,
la hierba con rocío, y anillos de hadas mojadas por el rocío,
el largo vuelo dorado de la alondra.

En lo profundo del bosque tocaba mi melodía
mientras las ardillas hacían crujir sus avellanas en lo alto,
o cruzaba la arena mojada hasta el mar
y cantaba al mar y al cielo.

Cuando llega el silencio, plateado del la noche
miraba por las ventanas hacia los perfumados céspedes,
cantaba suavemente sobre el amor y sus delicias
para acallar a faunos de mármol.

A menudo cantaba en una taberna
sobre el amanecer en la vid de la montaña,
y, reclamando un coro, barría las cuerdas
en alabanza del buen vino tinto.

Jugaba con todos los juguetes que los bienes proporcionan,
cantaba mis canciones y lo hacía todo festivo.
Ahora he echado a un lado mis juguetes rotos
y he tirado mi laúd.

Antaño un cantante, ahora me veo obligado a llorar.
Dentro de mi alma siento crecer una múscia extraña,
basto canto de una tragedia demasiado profunda
-demasiado profunda-
para ser pronunciada por mis pobres labios.

Leslie Coulson
En Tengo una cita con la muerte. (Poetas muertos en la gran guerra).
Linteo poesía.
Selección, traducción y prólogo de Borja Aguiló y Ben Clark.