sábado, 14 de marzo de 2015

Philip Larkin: Ventanas altas








Cuando veo una parejita e imagino
que él se la folla y ella toma
píldoras o usa un diafragma,
sé que ése es el paraíso

 que todo viejo soñó la vida entera:
ataduras y prejuicios desechados
como una cosechadora obsoleta, y los jóvenes
deslizándose sin límites, ladera abajo,

 hacia la felicidad. Me pregunto si
cuarenta años atrás, mirándome, alguien
habrá pensado: Eso es vida;
nada de dios, ni de sudar de noche 

 pensando en el infierno, ni de ocultar 
lo que opinas del pastor. Ese y sus 
amigos se deslizarán, maldita sea, 
libres como pájaros. Y de inmediato,

más que en palabras, pienso en ventanas altas:
el cristal en donde cabe el sol y, más allá,
el hondo aire azul, que nada muestra,
y no está en ninguna parte, y es interminable.















Philip Larkin

en Poesía reunida.
Lumen.
Traducción de Marcelo Cohen y Damián Alou

jueves, 5 de marzo de 2015

Alberto Soler: Poem
















¿Cómo será vivir en otra lengua?
Quiero decir haber vivido-
¿Cómo comprar tu primer cigarrillo
en otra lengua,
besar a un hombre por primera vez,
conducir un coche solo por primera vez,
zambullirte desnudo en el mar
en otro idioma?
¿Cómo será aquel noviembre en otra lengua?
¿Cómo será decir en otra lengua
aquello que dijimos sin decir?

Alberto Soler
en Los tigres devoran poemas por amor.
Editorial Balduque.

viernes, 13 de febrero de 2015

Constantino Molina Monteagudo: El corazón del mármol

El rapto de Proserpina, G. Bernini






















ESTE trozo de mármol que ahora observo
descansaba en el sueño soterrado
de unas colinas próximas a Roma.

Ya entonces, muchos siglos
antes de que naciera su escultor,
en la entraña del monte,
Plutón y Proserpina se enzarzaban
en su lucha insistente.

Las manos de su autor
no eran de hueso y carne todavía,
y el corazón del mármol ya tomaba
la forma de los cuerpos.
Ya los dedos se hincaban en el muslo
y ondulaba el cabello en movimiento.

Fue al pasar cientos de años
cuando alguien acabó por escuchar
el corazón del mármol:
allí donde la piedra se hace carne
y, al contrario, la carne se hace piedra.

Y fue entonces así
que un pequeño cincel siguió el dictado
latente de la roca,
que vieron luz los miembros y los gestos
ya para siempre eternos de aquel mito
y que el pulso dinámico del tiempo,
mientras todo seguía siendo bello y cruel,
se llevaba de nuevo las manos de Bernini
hacia el polvo infinito de la nada.



















Constantito Molina Monteagudo
en Las ramas del azar.
Rialp. Premio Adonáis 2014.

sábado, 29 de noviembre de 2014

Anne Carson: El Beckett de ella

Visitar a mi madre es como empezar con una obra de Beckett.
                Conoces esa sensación de atravesar la corteza,
la densa oscuridad oh no del pequeño cuarto
con paredes demasiado estrechas, tan predecibles.
Tintineo y súbito esfumarse de juguetes que son de la memoria
y por error aparecen ahí, vagando asfixiados
                                                                  en la página del dolor.
                                                                               Peor
                                                                 responde cuando pregunto,
                                                   a pesar del (¿era abril?) brillo vivaz de sus ojos:
"salimos a remar por el Lago Como"
asoma apenas de sus labios.
                  Nuestro amor, ese locuaz instigador,
                               recorre el cuarto
                                             azotándolo todo
                                                               y se esconde otra vez.


Anne Carson
en Decereación.
Vaso roto poesía.
Traducción de Jeannette L. Clariond.

martes, 18 de noviembre de 2014

Wisława Szymborska: Dos poemas de Hasta aquí



RECIPROCIDAD

Hay catálogos de catálogos.
Hay poemas sobre poemas.
Hay obras sobre actores representadas por actores.
Cartas motivadas por cartas.
Palabras que sirven para explicar palabras.
Cerebros ocupados en estudiar el cerebro.
Hay tristezas contagiosas al igual que la risa.
Hay papeles que provienen de legajos de papeles.
Miradas vistas.
Casos declinados por caso.
Grandes ríos con gran participación de otros pequeños.
Bosques hasta sus bordes desbordados de bosque.
Máquinas destinadas a construir máquinas.
sueños que de repente nos arrancan del sueño.
Salud necesaria para recuperar la salud.
Escaleras tan hacia abajo como hacia arriba.
Gafas para buscar gafas.
Inspiración y espiración de la respiración.
y ojalá de vez en cuando
odio al odio.
Porque a fin de cuentas
lo que hay es ignorancia de la ignorancia
y manos ocupadas en lavarse las manos.

A MI PROPIO POEMA

en el mejor de los casos
serás, mi querido poema, atentamente leído,
comentado y recordado.

En el peor de los casos
sólo leído.

Hay una tercera posibilidad:
aunque escrito,
un instante después arrojado a la papelera.

Puedes optar aún por utilizar una cuarta salida:
desaparecer no escrito
ronroneando satisfecho algo para tus adentros.



Wisława Szymborska
en Hasta aquí
Bartleby Editores.
Traducción de Abel Murcia y Gerardo Beltrán.

domingo, 16 de noviembre de 2014

Leopoldo María Panero: Poema XIV de Rosa enferma.























PSIQUIATRA toxicológico pregunta mi nombre al dolor
Solo él sabrá decírtelo
Solo él sabrá el nombre de una princesa que aúlla
Contra mi piel
Que aúlla contra el absoluto de la noche
Y tiene miedo del silencio
Que se derrumba sobre mi piel
Buscando la eternidad del gusano
El horror de estar vivi
Rezándole a la carne
Horadando la pared con el berbiquí de la sombra
Y contra la amapola del desastre
Que sobrevuela la vida como un pájaro
Y cae sobre ella sin dolor
¡Oh, tú, Stindberg!, que bailabas sobre el dolor
Y orinabas sobre las tumbas
Cuando yo muera quedará solo
Un rastro de baba
Solo una herida sin dolor
Solo una tumba humillada
Solo una flor contra nadie
Solo el nombre de Joyce
¡Ah tu siesta de los Finnegans!
Solo dibujas la eternidad
Como una flor que cae contra el suelo
Y escupe contra el dolor.













Leopoldo María Panero
en Rosa enferma.
Huerga & Fierro.

sábado, 18 de octubre de 2014

Elvira Sastre: Un sueño.


El resto del mundo buscaba las respuestas. 
Ella tenía las preguntas.

Era un domingo con etiqueta de fiesta
de sábado enredado en nostalgia.

Yo caminaba sola,
a caballo entre mi cansancio
y la esperanza que te ordenan tener,
mirando al suelo
-siempre-
para no perder detalle
de la belleza de las cosas que son más pequeñas que nosotros.

No sabía dónde iba:
estaba atrapada entre una huida que acababa siempre liberándome
y una libertad que me volvía presa de mí misma.

De repente
empezó la lluvia
y,
como si fuera una banda sonora programada
de una de esas estúpidas películas felices
o el tiro que indica la salida de la carrera de tu vida hacia la muerte,
levanté la mirada
y fui testigo de cómo Gran Vía guardaba silencio,
como calla quien no sabe qué decir ante lo que es más grande que él.

Ella,
así, con mayúscula,
como se escribe Lluvia, Invierno y Tristeza
o Pájaro, Amor y Saliva.
Ella.

Paseaba despacio,
se la veía tan segura
de que el mundo dependía en ese momento de sus pies
que la prisa no entraba en sus pasos.

Sonreía a solas,
como un prodigio animal en medio de una selva humana.
Parecía que decía:
idiotas, la solución a todo está en nuestras bocas.

Zarandeaba sus manos
buscando algún tipo de herida,
tenía los ojos de color café batalla
y en el pelo un millar de caricias en marzo.
Su pecho parecía batirse en retirada a cada latido
y sin embargo era fácil entender que era el aire
el que la respiraba a ella.

Miraba al horizonte:
cualquiera en su loco juicio
hubiera dicho de ella que tenía todas las preguntas,
que era una niña perdida
que había venido a salvar(me d) el mundo
porque nunca lo sabría,
que probablemente habría nacido en una nube
y se marcharía con la próxima tormenta
con el resto de todas esas historias
que violan con violencia vidas.

A través del deseo
de querer besarle los párpados,
me di cuenta de que era uno de esos seres
que jamás,
ni aun empeñando tu empeño,
podrías llegar a conocer.

Era una de esas maravillas
que te hacen querer ser humano.

Juro que no exagero
si os digo que todo mi invierno se concentró en su cara,
que la lluvia era más pequeña que ella
-igual que mi corazón,
los árboles y la contaminación de Madrid-,
que nada tienen que hacer las mariposas y los terremotos
cuando ella pestañea,
que la miré como si Gran Vía fuera el diluvio universal
y Noé la hubiera señalado solo a ella.

Que la vida
puede durar un cruce de miradas
en medio de una tormenta.
Y os aseguro que eso es un regalo,
eso es más que suficiente.

E igual que apareció,
se marchó:
como quien camina de puntillas
y provoca estampidas de latidos.
Disimulando,
como si no creyera en la poesía
y pensara que todo lo que no se dice en voz alta
no existe.
Como un secreto,
ignorante de que son silencios
que hacen más ruido que la verdad.

Y yo la dejé irse,
sin nombrarla
para no romper su existencia.





Elvira Sastre
en Baluarte.
Valaparaíso ediciones.