lunes, 11 de agosto de 2008

Fragmento de Biografía del hambre

Leí La cartuja de Parma por primera vez. Como todos los relatos en los que la cárcel desempeña un papel, aquel texto me dejó estupefacta: sólo la prisión hacía que el amor fuera posible. No sabía por qué me sentía tan identificada con aquello.


Por otro lado, no existía nada más civilizado que aquel libro. La anorexia me mantenía alejada de la civilización y sufría por ello. También leía apasionadamente libros sobre los campos de concentración, Mi oficio es la muerte, Sí esto es un hombre. A través de la pluma de Primo Levi, descubrí la frase de Dante: «Los hombres no están hechos para vivir como bestias.» Yo vivía como una bestia.


Fuera de esos raros momentos de lucidez en los que se me aparecía el lado sórdido de la enfermedad, me vanagloriaba de ella. La inhumanidad de mis condiciones de vida me inspiraban orgullo.


Me repetía que era bueno actuar contra mí, que tanta hostilidad hacia mí misma me resultaría saludable. Recordaba el verano de mis trece años: era una larva de la que no salía nada. Ahora que ya no comía, tenia una intensa actividad física y mental. Había vencido el hambre y, en adelante, disfrutaba de la embriaguez del vacío.


En realidad, había llegado al paroxismo del hambre: tenía hambre de tener hambre.

Amélie Nothomb

En Biografía del hambre.

Quinteto.

Traducción de Sergi Pàmies.

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