Son perros, nos siguen, levantan la pieza,
la cobran, Lo abatido, nosotros.
Si te echan de casa, te los llevas;
toda la jauría. Si alguien te admite en otra,
no entras sin ellos, Están, escarban
en lo que guardas de instinto, Nombres cortos,
rápidos, secos para que te entiendan:
el perro-libro Chéjov, el perro Ibsen,
Nietzsche, Arendt, Blake, Poe, llámalos,
se revuelvan en la tierra humedecida,
como si superan que todo está en ellas
huelen a cuero usado, a cuerda mojada.
Raza o mezcla, dos precios. Dos clases.
Hozan. Está el que jamás se aleja
y el que va sin detenerse monte arriba,
el que responde al ladrido y el que duerme.
Perro Milosz, perro Bishop, Rilke,
no son falderos, vigilan, rastrean
tu pasado, los años hechos ya despojos,
carroña -diría Baudelaire-,
no dejan ni un mes ni un día de desperdicios
lo devoran todo. Poca correa, poco collar,
perro Bachmann, perro Stevens, Heaney,
muerden, muerden el palo que les lanzas,
y lo roen y roen porque es tu vida.
Ramón Andrés,
En Los árboles que nos quedan.
Poesía Hiperión.
No hay comentarios:
Publicar un comentario