I
Hace bastantes semanas descubrí una fotografía de mi madre
sentada al sol, la cara enrojecida como por un logro o un triunfo.
El sol brillaba. Los perros
dormían a sus pies donde también dormía el tiempo,
calmo e inmóvil como en todas las fotografías.
Le quité el polvo al rostro de mi madre.
De hecho, el polvo lo cubrían todo; me parecía que era la persistente
neblina de nostalgia que protege todas las reliquias de la niñez.
Al fondo, una mezcla de mobiliario urbano, árboles y arbustos.
El sol descendía en el cielo, las sombras se alargaban y se oscurecían.
Cuanto más polvo quitaba, más crecían las sombras.
Llegó el verano. Los niños
se inclinaban sobre la rosaleda, sus sombras
se fundían con las sombras de las rosas.
Me vino una palabra a la cabeza, referente
a este desplazamiento y cambio, estas borraduras
que ahora resultaban obvias;
surgió, y con la misma rapidez desapareció.
¿Era ceguera u oscuridad, peligro, confusión?
Llegó el verano, luego el otoño. Las hojas cambiaban,
los niños eran puntos brillantes en una masa bronce y siena.
Louise Glück
en Noche fiel y virtuosa.
Traducción de Andrés Catalán.
Colección Visor de Poesía.
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