A orillas del Sado los portugueses más viejos escrutan
el movimiento de las aguas sentados dentro de sus coches.
Toda una vida mirando la lejanía,
esperando algún mensaje,
tratando de descubrir alguna señal.
En sus radios se oyen retransmisiones deportivas,
noticias políticas, emisoras musicales,
lo demás es silencio. Se les han agrietado
los labios por el salitre,
se les ha manchado la piel por las distancias,
se les han secado los ojos viendo
las tempestades, las caídas y los levantes del sol.
Ellos saben q he el horizonte es un enigma
que a algunos los ha hecho enloquecer.
Abro tu libro sobre Montánchez y veo
que en sus páginas se ha levantado la niebla.
Las calles han estado esperando
muchos años a que volvamos a pisarlas,
a pesar de las ruinas, de las desgracias,
de los calendarios olvidados.
Podemos sentarnos en aquellas escaleras, beber el agua oscura
de la memoria y de los sueños, conversar
con las sombras. Abrir la puerta de la casa
Que ya no existe y volver a vivir la vida que pasó.
La moverá que quemaron vuelve a llenarse de pájaros,
En las cercas alguien grita gol
Junto a una portería hecha con dos piedras.
Herido por la belleza de aquella niña, yo regreso
A una tarde que estrena una camisa de cuadros.
Mi hermana vuelve con la tos de todas las noches, el agua
De colonia para el pelo, la fragilidad de aquellas manos.
En el parabrisas están todas las rutas marítimas,
Todas las biografías imaginarias. LA vida que pudo ser
Tiene más fuerza que la vida que se vivió.
Ellos vienen aquí para soñar
Esos puntos de fuga, para ser parte de esos espejismos.
Las arrugas oyen la predicción de los pesqueros
Sobre el estado del mar,
La obesidad rellena un crucigrama.
Fuman el tabaco de la espera
Mientras ven entrar en el puerto las banderas
De sus geografías fantásticas,
Y en los asientos se acumulan la ceniza
Y los papas de la melancolía.
Todo lo llevamos dentro.
Somos sombras entre el tiempo y el sueño,
entre la memoria y la espera. Lo que está en nuestro interior
Puede ser vivido de nuevo, podemos andar sobre sus huellas.
Pero ¿cómo podemos volver?, ¿cómo sin ser otros?
Por encima de los años, por encima de las muertes, las aspidistras
Respiran la ropa del lavadero,
Regresan las tormentas a llenar
El pasillo de agua, el peppermint
Da color a los labios de mi madre mientras se ríe con sus amigas
Ante una televisión en blanco y negro.
Ya es tarde.
En esta taberna portuguesa alguien cierra las puertas.
Ajusta los pasadores, coloca la pesada
Tranca de hierro, da vueltas a la llave.
Una mujer acodada al mostrador, sin levantar la voz dice:
Qué silencio, ni siquiera se oye el mar. Pulsa el interruptor
Y apaga la lámpara que alumbra
Las botellas, la vajilla, el círculo de las mesas.
Yo me quedo en la penumbra, bebiendo, invisible.
Veo una estela rubia en el aire cuando ella se marcha.
Me echo el abrigo sobre los hombros y salgo ahí fuera
Donde la niebla toma posesión de todos esos coches
Que miran un océano que ha desaparecido.
Busco mi coche y aguardo, con las manos en el volante,
El signo de mi regreso. Miro todos los barcos que llegan
Para ver si el que se baja soy yo. Enciendo los faros,
Intento ver qué hay detrás de la pared de la niebla,
Intento ver qué hay detrás de la pared de la niebla,
Intento dar señales luminosas para que ese yo que espero
Me vea desde el otro lado, desde el horizonte y el mar.
Arranco el motor para que todo esté a punto cuando llegue.
Diego Doncel
En La fragilidad.
Visor. XXXIII Premio Loewe.
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